¿EL SOBREPESO INFANTIL ES CULPA DE LOS PADRES?

Como padres, ¿determinamos los hábitos alimentarios de nuestros hijos? Hay muchos reproches cuando se habla de obesidad infantil, trastornos alimentarios y problemas de imagen corporal, pero ¿cuánto sabemos realmente sobre lo que ayuda a los niños a comer y crecer de manera saludable?

Escribí acerca del problema del estigma de la gordura el noviembre pasado, y de los aspectos negativos para la salud y el bienestar de los niños cuando los humillan o los molestan por tener sobrepeso. Hablé en referencia a una declaración de principios de la Academia Estadounidense de Pediatría que instaba a los pediatras, en particular, a ser cuidadosos en no usar lenguaje severo, crítico o juicioso con nuestros pacientes al tratar este tema sensible.

Mucha de la gente que dejó comentarios en el artículo escribió sobre lo doloroso que fueron las burlas o las críticas durante su infancia —o, en algunos casos, el dolor de ver que un hijo es víctima de acoso escolar— por tener sobrepeso. No obstante, muchos lectores también hablaban con desdén de, como lo expresó uno, “padres con sobrepeso que dan ‘comidas’ no saludables… a sus hijos con sobrepeso”. Otro dijo: “Despierten, padres, sus hijos no TIENEN que comer botanas todo el tiempo. Les están arruinando su futura salud y su autoestima”.

“Cuando eres el padre de un niño obeso, existe un estigma terrible”, dijo Julie Lumeng, profesora de Pediatría en la Universidad de Michigan. “Todos dirigen la mirada hacia el padre y piensan: ‘He ahí un padre incompetente. No le importa su hijo. ¿Por qué no nada más lo obliga a comer menos y a hacer ejercicio?’”.

Detrás de todo esto hay supuestos sobre qué es lo que pueden controlar los adultos, y cómo los niños podrían ser controlados si tan solo sus padres se tomaran la molestia, si establecieran e impusieran reglas para toda la familia o leyeran la información nutricional en la parte trasera de la caja del cereal.

Sí, hay algunas confusiones y desacuerdos en general sobre qué alimentos son saludables, incluso entre los expertos. Y, por supuesto, algunos dirían que, si realmente estás preocupado por la alimentación saludable, sería mejor que no compraras mucha de la comida que viene empaquetada. Sin embargo, ¿el que los padres tengan un mejor conocimiento nutricional realmente lleva a niños que comen de manera saludable?

Los expertos en obesidad dirían que todos vivimos en lo que ellos llaman un ambiente “obesogénico”, donde la comida rápida tiene mucha publicidad y muchas veces es más barata que la comida preparada desde cero. Las pantallas nos distraen del intercambio social de las comidas familiares y otros factores sociales promueven que todos sigan comiendo botanas y bebiendo gaseosa.

Sin embargo, no entendemos realmente toda la complejidad de por qué algunos niños comen en exceso y se convierten en menores con sobrepeso mientras que otros, muchas veces de la misma familia, se mantienen delgados.

Un conocimiento integral de los estudios sobre obesidad no necesariamente ayuda a que los padres tomen sus decisiones cotidianas. Hace algunos años, Lumeng, de la Universidad de Michigan, recibió un correo electrónico de otra médica que la escuchó durante una reunión y quien tenía un bebé de seis semanas que estaba tan hambriento que ella ya no sabía qué hacer. ¿Acaso debería de no darle más de comer?, preguntó.

La doctora que le escribió era Jennifer Kerns, una especialista en obesidad en el Centro Médico para los Veteranos en Washington, quien había perdido peso como participante del programa The Biggest Loser en 2006 y a veces trabajaba como la médica del programa. Obtuvo la certificación del consejo en Medicina de la Obesidad y dijo que, cuando se embarazó tiempo después, se preocupaba de que su hijo batallara con el peso como ella.

“Me enfoqué mucho en mi aumento de peso y básicamente me pesé todos los días durante mi embarazo”, dijo. Hizo ejercicio hasta los dos días anteriores al parto. No quería una cesárea para que el bebé tuviera un microbioma saludable gracias a las bacterias que recibiría durante su paso a través del canal de parto y estaba decidida a amamantar.

Sin embargo, dijo, su bebé “de inmediato se mostró dramáticamente hambriento; tanto, que no fui capaz de amamantarlo”. “Intentamos durante cinco semanas y tuve cinco asesoras de lactancia distintas. Él no era lo suficientemente paciente para esperar a que la leche bajara”, escribió Kerns. Determinada a otorgarle los beneficios de la leche materna, terminó usando un extractor de leche durante todo el primer año de la vida del infante.

Al recordar una conferencia que Lumeng había dado sobre bebés con hambre voraz, le escribió. “En esencia le pregunté si estaría dispuesta a darme algún consejo, pasarme algún estudio, para saber qué hacer si tu bebé parece estar muriendo de hambre”, me dijo. Con una “respuesta muy considerada y amable”, recordó Kerns, Lumeng le escribió que no había ninguna investigación que la pudiera guiar. “En realidad, no podía darme ningún otro consejo más que el de su propia experiencia con sus hijos: solo dale de comer, confía en tus instintos”.

Lumeng sugirió que los doctores deben reconocer ante los padres que “la ciencia moderna realmente no entiende por completo qué es lo que causa la obesidad”. Pretendemos que los padres hagan algo por sus hijos que nosotros como adultos tenemos gran dificultad en llevar a cabo, dijo; de los que pierden peso exitosamente, muchos lo recuperarán durante el año siguiente. “Los adultos no pueden mantenerse en forma tampoco, ¿por qué suponemos que los padres deberían ser capaces de hacerlo?”.

Kerns señaló que cuando padres e hijos están pasados de peso, probablemente se trata en parte de una predisposición genética común. Esta puede expresarse parcialmente a través de las diferencias en el metabolismo de los niños, pero también por las diferencias en sus apetitos, en sus respuestas a la comida e incluso en su propensión a hacer ejercicio. Nadie dice simple y llanamente que la biología determina tu destino; sin embargo, es claro que las estrategias alimentarias saludables que son fáciles de implementar con algunos niños son mucho más difíciles con otros.

Así que es cierto que, para todos los niños, sin importar su riesgo de obesidad, las buenas decisiones parentales sobre nutrición realmente importan: es importante no sobrealimentar a los bebés, eliminar de la casa la comida chatarra y las bebidas azucaradas, no dejar que los niños coman estando sentados frente a la televisión y animarlos a “probar un arcoíris” de frutas y verduras. Aunque aquellos que están predispuestos para emitir juicios deberían darse cuenta de que no se trata simplemente de “decirle no” todo el tiempo a un niño superhambriento o de “darle más verduras” al niño que se rehúsa a comer cualquier cosa verde.

La mayoría de los padres de verdad hacemos lo mejor que podemos en el complicado ambiente de comida en el que nuestros hijos están creciendo, a la par de los otros problemas diarios de la vida familiar. Pocos de nosotros somos los modelos de perfección sin esfuerzo que nos gustaría ser en cuanto a la comida, como en todo lo demás — y algunos niños son más vulnerables, más difíciles o están más angustiados —.

“La buena paternidad que muchas familias ejercen cuando se trata de la salud”, dijo Lumeng, “puede ser suficiente para muchos niños, pero, en algunos con un cambio genético que los predispone a la obesidad, simplemente no basta”.

Fuente: https://www.nytimes.com/es (18-01-20)